Cierto salvaje acudió muy acongojado a un misionero, porque su perro había devorado algunas hojas de una Biblia que le había sido regalada pocos días antes en la Misión.
- No se preocupe tanto por la perdida de una Biblia ----le replico un misionero-----, pues fácilmente podemos conseguirle otra.
- No es esto ---replicó el salvaje---.
No se trata del libro, sino de mi perro, que era un magnífico cazador, y ahora ¿Cómo voy a dar de comer a mi familia?
- ¿Qué quiere decir? ---replicó intrigado el misionero.
- Se lo explicaré, dijo el salvaje.
Yo he visto muchos casos de gente que han venido a la misión y por el hechizo de este libro, los que eran antes guerreros y pendencieros se han vuelto mansos como corderos, y ya no quieren pelear ni matar a nadie.
Si mi perro a caído bajo el hechizo de este libro se volverá también manso, ¿Y cómo voy a hacerlo, ¡pobre de mí!, para atrapar la caza?
El misionero le explicó que el hechizo no consiste en comer, sino en creer y aceptar las enseñanzas del sagrado libro.
Pero el argumento del salvaje, y su declaración de lo que había visto en sus conciudadanos que recibieron la influencia del Evangelio, fue motivo de regocijo para el misionero, y una prueba del poder de la palabra de Dios cuando es aceptada con sencillez y lealtad.
2 Corintios 3:18 Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
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