viernes, 27 de noviembre de 2020

La Luz del faro


Un capitán y su tripulación viajaban en medio de una terrible tormenta durante una oscura noche y luego de varios días en alta mar.


El pequeño barco era golpeado insistentemente por las olas y el viento, y se mecía casi hasta volcarse mientras toda la estructura crujía y se retorcía hasta que parecía despedazarse. Habían perdido los instrumentos y no sabían ni siquiera donde se encontraban.


En medio de todo esto el capitán no hacía mas que gritar y maldecir, gritando a Dios y reprochándole todo lo que pasaba y que habían sido abandonados por Él. Tomado firmemente del timón en la proa gritaba a los truenos, los relámpagos y el cielo al saberse perdido.


En ese momento, un marinero dejó su puesto y corrió donde el capitán quien le reprendió fuertemente en medio de la tormenta y la lluvia. "Por qué dejas tu puesto! Podemos perder el mástil", le gritó el Capitán. A lo que el marinero contestó: "Lo sé señor! Pero hace mas de 10 minutos se dislumbra la luz del faro del puerto!!! Pero usted no la ha visto por estar gritando


"Cuantas veces no vemos la ayuda de Dios por quejarnos constantemente de todo lo que tenemos. No hacemos mas que rechazar todo lo que tenemos.


Tal vez Dios no te de una vida sin tormentas, pero puede estar seguro de que siempre, en medio de la más cruel y feroz tormenta que puedas imaginar, El estará presente con su luz mostrándote el camino y recordándote que se encuentra siempre a tu lado.


"Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo"2 Corintios 4:6.


Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Juan 8:12.


#elbaúldelasanecdotas

sábado, 21 de noviembre de 2020

El Alpinista


Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía, después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.


Empezó a subir y se le fue haciendo tarde y más tarde, ni siquiera se preparó para acampar, sino que decidido seguir subiendo porque quería llegar a la cima ese mismo día, pero pronto oscureció.


La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, no se podía ver absolutamente nada, todo era negro, cero visibilidad, no se divisaba ni la luna, y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.


Subiendo por un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires, caía y caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía divisar veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma obscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad que lo hacía sentir muy pequeño.


Seguía cayendo y seguía cayendo. En esos angustiantes momentos pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida, naturalmente pensaba que iba a morir, más sin embargo de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos. 


¡Sí!, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a larguísima soga que lo amarraba de la cintura.


Después de unos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: «Ayúdame Dios mío, ayúdame Señor». De repente sintió una voz en su interior que le decía ¿Qué es lo que realmente quieres? Entonces él continuó: «Sálvame Dios mío». Nuevamente sintió aquella voz interior que le dijo: ¿Realmente crees que te puedo salvar? Si lo crees, entonces corta la soga que te está sosteniendo. 


Hubo un pequeño momento de silencio y de quietud, entonces el hombre se aferró más de la cuerda e intentó reflexionar un poco más.


Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontró colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con mucha fuerza en sus manos a una cuerda, a una cuerda que estaba a un metro del suelo.


¿Tiene usted alguna cuerda que le sujete a algo? Debe saber que el Señor tiene grandes y maravillosas cosas para usted, corte la cuerda y simplemente confíe en ÉL.


Autor : Wilson Miranda